“Exploré las cicatrices de los muslos y los brazos, las deformaciones debajo
del pecho izquierdo, y ella a la vez exploraba las mías, descifrando juntos
estos códigos de una sexualidad que dos choques de autos
habían hecho posible.”
J.G. Ballard.
Envuelta por el aura estridente del escándalo mediático, blanco de las más duras y recalcitrantes críticas y condenas por parte de organizaciones encargadas de vigilar el imperio de las buenas costumbres humanas, en 1996 irrumpe al mundo la película Crash, basada en la novela del mismo nombre, escrita por el novelista de ciencia ficción británico J.G. Ballard y magistralmente dirigida por el canadiense David Cronenberg. Aunque estuvo nominada a la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes, sólo obtuvo el Premio Especial del Jurado. Esta película es una de las adaptaciones de la literatura al cine mejor logradas de la historia reciente, pues logra trasladar con genial crudeza y grosera elegancia la virulenta poesía de sus imágenes literarias al lenguaje cinematográfico.
La raíz del escándalo se localiza en que la novela explora las relaciones entre algunas prácticas sexuales consideradas como perversas, la tecnología y sus objetos, y al desafiar al sistema moral imperante a través del cual filtramos y construimos la realidad de las relaciones de uno mismo con nuestro cuerpo, con el sexo que éste encierra y con los demás, al presentar a un grupo de personajes que practican un obsesivo culto que vincula al sexo con los choques automovilísticos; la novela así, interpelaba al lector, lo enfrentaba con lo radicalmente otro respecto de sus impulsos eróticos, y lo incitaba a poner a prueba sus propios códigos de lo posible, de lo que puede y debe ser pensado como correcto/incorrecto, bello/feo, verdadero/falso, vida/muerte, llevando hasta sus márgenes al propio sistema de pensamiento occidental contemporáneo.
Publicada en 1973, la novela Crash, se inscribe en la larga y nutrida tradición de la literatura libertina occidental que llevara a sus extremos más crudos y seductores el Marques de Sade en el siglo XVIII, heredera a su vez de la explosión discursiva que se dio a propósito del sexo en los inicios de la Modernidad, el gran proceso de la puesta en discurso del sexo, que tiene una profunda tradición monástica y ascética, y su punto de emergencia en la pastoral cristiana, pero que el siglo XVII instauró como imposición socialmente generalizada: más que censura, incitación a hablar y producir discursos sobre el sexo; hasta llegar a la instalación del dispositivo de la sexualidad que hasta ahora nos rige.[1]
En el contexto del proyecto novelístico de J.G. Ballard, Crash se inscribe en la saga de novelas que inicia con La exhibición de atrocidades (1970), una especie de experimento literario refractario a las etiquetas simplistas que encierra todo el universo de sus preferencias estéticas; texto organizado de manera fragmentaria; multigenérico, collage poético sobre la cultura de masas, la hiperviolencia y el espectro de perversiones humanas engendradas por efecto de la tecnología, en cuyo clímax devastador yace rutilante la muerte.
Con el afán de darle un nuevo giro a la ciencia ficción y hacerlo evolucionar bajo una nueva propuesta estética, Ballard planteó explorar ya no la épica del espacio exterior que los escritores de ciencia ficción tradicional convirtieron en elemento básico del género, sino la esfera psicológica del espacio interior. [2] Este viraje del rumbo en la trayectoria de su proyecto literario, también implicaría explorar ya no el futuro lejano utilizado como marco escenográfico del espacio exterior (invadido de la ya clásica fauna de objetos canónicos de la ciencia ficción) sino el presente inmediato a través de la inmersión en el espacio interior. El espacio psicológico era la ruta que debía tomar la ciencia ficción para buscar la patología subyacente de la sociedad de consumo, el mundo de la televisión y el proyecto armamentista nuclear, etc.
En esta etapa Ballard abandona el género de ciencia ficción tradicional y de ahí en adelante adoptará una especie de hiperrealismo fantástico o de ficción, caracterizado por lanzar la mirada al presente inmediato y al espacio interior, donde transita a la esfera de la ficción de las posibilidades (extremas) humanas, es decir, encarna la imaginación de lo que humanamente es posible, y que en los márgenes del extremo somos capaces de hacer; en este punto se consolida la deuda de Ballard con la herencia de Kafka: “El mundo kafkiano no se parece a ninguna realidad conocida, es una posibilidad extrema y no realizada del mundo humano. Es cierto que esa posibilidad se vislumbra detrás de nuestro mundo real y parece prefigurar nuestro porvenir. Por eso se habla de la dimensión profética de Kafka. Por que aunque sus novelas no tuvieran nada de profético no perdería su valor, por que captan una posibilidad de la existencia (posibilidad del hombre y de su mundo) y nos hace ver lo que somos y de los que somos capaces.”[3]
Crash es la cristalización consumada de estas inquietudes estéticas donde el fetichismo contemporáneo por los objetos de consumo, la tecnología (encarnada en los automóviles) y el sexo es llevado a sus extremos más abyectos, dice Ballard:
"Creo que la imagen clave del siglo XX es el hombre en el automóvil. Es la suma de todo: los elementos de velocidad, drama, agresión, la fusión de publicidad y bienes de consumo con el paisaje tecnológico. La sensación de violencia y deseo, poder y energía; la experiencia colectiva de desplazarse juntos a través de un paisaje elaboradamente cifrado (...), la extraña historia de amor con la máquina, con su propia muerte."
Esta novela canónica de la nueva ola de la ciencia ficción, representa una crítica contundente al supuesto racionalismo contra la violencia, la crueldad, los impulsos depredadores del ser humano; una confrontación contra la falsa aversión que los individuos manifiestan contra la violencia en la esfera de lo público mientras que en la esfera de lo privado muestran destellos de morbosidad y tolerancia no sólo con formas de entretenimiento sino para ejercer crueldad, violencia e incluso acciones de exterminio en contra de los demás.
La novela narra la relación del protagonista James Ballard[4] con Vaughan, antihéroe posmoderno, neolibertino tecnologizado regido por el culto a la sexualidad relacionada con los accidentes automovilísticos: carne erguida y abierta, metal retorcido y compactado. Fluidos combustibles y líquidos orgásmicos. Placer sin palabras, alcanzar el orgasmo en el momento en que se experimenta el dolor escandaloso del impacto de un automóvil contra otro. Placer y dolor, vida y muerte. Existencia y autoexterminio. (“En Vaughan la sexualidad y los choques de autos habían consumado un matrimonio último.”)
Para Ballard el papel del escritor es el del hombre de ciencia en un safari o dentro de un laboratorio que se enfrenta a una realidad absolutamente impenetrable y la única alternativa posible es plantear hipótesis y confrontarlas con los hechos: “¿Es lícito ver en los accidentes de automóvil un siniestro presagio de una boda de pesadilla entre la tecnología y el sexo? ¿la tecnología moderna llegará a proporcionarnos unos instrumentos hasta ahora inconcebibles para que exploremos nuestra propia psicopatología?”[5] Antes de escribir la novela, en el Laboratorio de Nuevas Ates de Londres, Ballard puso a prueba su hipótesis sobre los vínculos inconscientes entre sexo y los accidentes de coches con una exhibición de vehículos estrellados. Los resultados del montaje tuvieron un siniestro brillo apabullante: La noche de la inauguración les derramaron vino, les rompieron las ventanillas y una mujer que entrevistaba a los asistentes en topless afirmó que estuvo a punto de ser violada en el asiento trasero de uno de los automóviles. Expuestos como esculturas de derecho propio, los coches chocados estuvieron expuestos durante un mes, y en ese lapso fueron continuamente agredidos, terminaron volteados y fueron objeto de rapiña.
Para Ballard, su novela era una metáfora extrema para una situación extrema, una novela apocalíptica de hoy que continuaba la serie de novelas de catástrofes naturales en las que se planteaba un cataclismo mundial; Crash no trata de una catástrofe imaginaria más o menos próxima a irrumpir, sino de un “cataclismo pandémico institucionalizado en todas las sociedades industriales, y que provoca cada año miles de muertos y millones de heridos.”[6]
El narrador da cuenta de la interacción con los otros personajes que integran una cofradía cuya obsesión por el sexo, las heridas, las cicatrices y los fluidos corporales es motivo para consolidar esa sacroliturgia de erotismo y tecnología automotriz en estado de colisión que aspira culminar en el cenit absoluto del autoexterminio.
Ballard pone en evidencia la microcatástrofe del accidente automovílistico que a todos nos corresponde, y cómo detrás de ese rito del caos pueden florecer los más intensos impulsos que se esconden en los intersticios de la conciencia racional (“…llegaba a imaginar un mundo víctima de una catástrofe automovilística simultánea, donde millones de autos se estrellaban fundiéndose en una cópula definitiva, coronada por una eyaculación de esperma y líquido refrigerante.”)
"Las superficies de cromo y celulosa relucían como la armadura de gala de una hueste de arcángeles." |
Los personajes de Crash, que orbitan en torno a la figura de Vanghan, son inmunes al apego a la vida, cultivan una especie de hedonismo sadiano en el que sólo parece importarles la búsqueda del máximo y último placer para impactarse con la muerte en el accidente automovilístico; han logrado materializar la transvaloración de los valores en ese paisaje de autopistas infestadas de tráfico y que proyectan los vestigios de una sexualidad futura o posible, potencializada por la tecnología. Sus aspiraciones son alcanzar su propia extinción al fusionarse con el metal del automóvil cuando el accidente los enfrenta, un choque de trayectorias, piensan en su inminente autodestrucción y en las infinitas variables de los accidentes a través de los cuales la alcanzan.
"Abrí la abrazadera de la pierna izquierda y pasé los dedos por el surco grabado en la piel. Blanda, tibia y estirada, la piel era allí más excitante que la membrana de una vagina." |
La prosa del narrador expresa el delirio lírico de un poeta, y la minucia obcecada de la locura de un médico experto en anatomía, y construye un festín de mórbida hiperrealidad erótico–fisiológica. El esmero que muestra la voz en primera persona para crear sus mórbidas imágenes poéticas es el de un taxidermista en su paciente y climático estado de trance. (“…estas heridas eran como las claves de una nueva sexualidad, nacida de una tecnología perversa. Las imágenes de estas heridas le colgaban en la galería de la mente como reses expuestas en un matadero.”)
A decir del propio J.G. Ballard, esta es “la primera novela pornográfica basada en la tecnología. En cierto sentido, la pornografía es la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra como nos manipulamos y nos explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada.”[7]
Casi 40 años después, Crash mantiene una insospechada vigencia, y está en vías de consolidarse como una obra clásica de manera decisiva, no sólo por el insólito y genial planeamiento creativo de la idea novelística, sino por que el mundo que ahí planteaba como una disparatada prospectiva de nosotros mismos, hoy parece chocar menos con nuestros códigos estéticos y morales, el espanto y aversión nauseabunda parecen haber mermado, o nos parecen menos ajenas dichas disposiciones lúbricas de la carne y el obcecado culto a los objetos tecnológicos.
El sórdido presagio fascinante donde el goce sexual explota del choque entre las terminaciones nerviosas del cuerpo y los infinitos circuitos eléctricos de los sistemas tecnológicos, o de la fusión entre el cuerpo humano con sofisticadas formas de diseño industrial de máquinas ultrasofisticadas, el paisaje de los vestigios de una sexualidad futura que se postulaba entonces, parecen hoy brillar sin par, con un halo de sombrío resplandor, en mundo donde la normalidad del exterminio de rasgos atroces es el pan nuestro de cada día. Amén.
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Todos los derechos reservados. ©Marco Gutierrez Durán
[1] Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, M. Foucault, Ed. Siglo XXI, 1991, México. p.25.
[2] “…ese dominio psicológico (y que aparece, por ejemplo en los cuadros surrealistas) donde el mundo exterior de la realidad y el mundo interior de la mente se encuentran y se funden.” Prologo a Crash, J.G. Ballard, Ed. Minotauro, 1979, Barcelona, p. 10.
[3] El arte de la novela, M. Kundera, Ed. Vuelta, México, 1988, p. 46.
[4] Un giño irónico del autor que narra en primera persona usando su nombre como si se tratara de un texto autobiográfico.
[5] Op. cit J.G. Ballard, p. 13.
[6] ibid. P. 14.
[7] Ibid.