viernes, 20 de enero de 2012

Todas las almas o la dimensión de la mitad descartada de uno mismo.

¿Dice algo de nosotros mismos todo aquello que desechamos? ¿Qué expresa todo aquello de lo que nos desprendemos? ¿Todo lo que tiramos a la basura tiene algún significado más allá del acto empírico evidente? ¿Qué tipo de universo constituye esa profusión de partículas rotas que forman la mitad descartada de uno mismo?
En la novela Todas las almas de Javier Marías, el personaje principal es un profesor universitario español que se encuentra de paso en la Universidad de Oxford impartiendo unos cursos sobre literatura hispana, es decir, en una especie de paréntesis existencial en la que se traduce toda estancia transitoria en algún territorio ajeno al de nuestro país de origen, y la trama general consiste en la narración de una serie de eventos anecdóticos sobre su permanencia de dos años en una ciudad pequeña, monótona, de tono grisáceo;  una crónica pormenorizada del ritmo pausado y cotidiano que forman sus días; una solitaria cotidianidad del narrador que oscila entre los desencuentros y encuentros de una relación adultera, la impartición de sus clases, las largas y nutridas conversaciones con su compañeros profesores, y sus intensos recorridos y exploraciones por librarías de viejo.
El narrador emprende un ejercicio de la memoria por recobrar a aquel sujeto que dejo de ser en aquel pasado que ya muy poco le pertenece al sujeto que recuerda, y que -desde la distancia temporal que permite captar el recuerdo- ese pasado parece en realidad no haberlo vivido, a la distancia quedan pocas o nulas evidencias de haber sido aquel que fuimos.  El yo que dejamos de ser intenta ser recuperado por la memoria, como ver a lo lejos una playa infestada de borrosos vestigios desgastados de un naufragio, cuyo fantasmal aspecto siembra la duda de su existencia.
En algún momento de ese memorioso flujo narrativo, el personaje se concentra en describir la presencia persistente del bote de basura de su pequeño departamento, porque en ese estado –según nos cuenta- de soledad en el extranjero es con lo único con lo que puede mantener “una relación constante, o, aún más, una relación de continuidad.” Cada bolsa de plástico nueva representa “la absoluta limpieza y la infinita posibilidad” y cuando comienza a usarla “es ya la inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder.”
El bote de basura es tanto el testigo único de la jornada de un hombre solo, como el receptáculo donde lo prescindible deja constancia de su paso, “los restos de ese hombre a lo largo del día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo que ha comido, de lo que ha bebido, de lo que ha utilizado, de lo que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado.”
Una vez saturado el bote de basura, su contenido es una amalgama confusa, “una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese hombre no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada mezcla es el orden y la explicación del hombre.”
El bote de basura como prueba de la existencia del día que desfalleció, de la acumulación del día: “Es el único registro, la única constancia  o fe del transcurrir de ese hombre, la única obra que ese hombre ha llevado a cabo verdaderamente. Son el hilo de la vida, también su reloj…”
Contemplar aquello que hemos desechado nos da “un sentido de la continuidad: su día está jalonado por sus visitas al cubo de la basura…y ahí ve el envase del yogurt de fruta que desayuno…” La infinita colección de las cosas que vamos desechando, y todo ese cúmulo de cosas descartadas, fusionadas se convierten “en el trazo perceptible –material y sólido- del dibujo de los días de la vida de un hombre.”
Arrojados al devenir, al transcurso irreversible de los minutos, de pocas cosas queda constancia sólida, del transcurso abstracto de los minutos del absurdo tiempo que se nos escapa y nosotros en su discurrir.
“Comprimir y clausurar la jornada” significa cerrar y anudar la bolsa de la basura y tirarla, clausurar el día consiste en “arrojar desechos y monturas, el acto de prescindir, el acto de seleccionar, el acto de discernir lo inútil. El resultado del discernimiento es esa obra que impone su propio término: cuando el cubo rebosa y está concluida, y entonces, pero sólo entonces, su contenido son desperdicios.”
La explicación de nosotros mismos vía lo que descartamos, lo que usamos y desechamos. La reflexión sobre uno mismo a partir de lo que ya no somos, la explicación del ser a partir del no ser, de lo que cesó de ser, y que no sin sorpresa, contemplamos como si nunca hubiera ocurrido.


Twitter: @Iosthighwaymx


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