Y de pronto comenzaste a anidar en el hueco saturado en que estoy solo, donde la soledad se contemplaba al espejo como una profunda multitud de mí mismo.
Entonces me atreví a aceptar que el abismo que mantenía cerca nuestra separación y el desconocimiento de la existencia del otro, comenzaba a disolverse como carne humana en un río de ácido.
De un instante a otro, los elementos que nos mantenían separados nos acercaron, y me impusiste tu presencia hasta convertirme en un esclavo inevitable de ti y de tu demandante fisiología.
Todos los derechos reservados. ©Marco Gutierrez Durán
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