sábado, 24 de septiembre de 2022

LA VIDA ESCRITA DE JAVIER MARÍAS

Tras el inesperado éxito mundial de la novela Corazón tan blanco en 1992, y entre la publicación de su siguiente novela que terminaría por llevarlo a su consagración como novelista de culto, Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Javier Marías publicó Vidas escritas (1992, y su reedición en 1999), un libro de difícil clasificación, aunque a fin de cuentas es un volúmen de breves biografías, donde juega a tratar a escritores famosos de la literatura mundial como a personajes de ficción a través de la narración de algunos episodios de sus respectivas vidas, de ninguna manera exhaustiva, sino a través de la compilación minuciosa de algunos datos fragmentarios, a veces extravagantes que por ello uno pensaría que fueron inventados, sobre sus modos de ser como individuos únicos que nos acercan al ser de carne y hueso y alma, que a veces se nos olvida, también son esos personajes célebres de las letras: manías y antipatías inofensivas, hábitos inflexibles, excentricidades insospechadas, episodios cómicos o trágicos sobre sus vidas o anécdotas inverosímiles, aficiones pintorescas, rasgos inimaginables de la personalidad. Todo este conjunto, aunque parcial, de elementos biográficos, ofrece un retrato de cada escritor y escritora que lleva a concluir que “la mayoría fueron individuos calamitosos; y aunque seguramente no más que cualquiera otro de cuyas vidas supiéramos, su ejemplo no invitará en exceso a seguir la senda de las letras.” El criterio de elección de los autores fue arbitrario, abarcaba distintas nacionalidades e idiomas, y la única condición que se impuso fue que todos estuvieran muertos y que no fueran españoles. “Lo que cuenta este libro son vidas o retazos de vidas estrictamente…con una mezcla de afecto y guasa”, lejos de la hagiografía y la solemnidad en que suelen incurrir este tipo de libros, Marías se autodescribía más bien como un biógrafo improvisado, ocasional y sesgado. No consistía en ser un libro de crítica literaria académico, Marías le dio a esos escritores un tratamiento literario como divertimento, un acercamiento poco serio, pero acorde con la forma en que estos mismos escritores se daban a sí mismos, por lo que el lector no encontrará juicios sumarios o académicos acerca de las obras de tales autores, sino más bien una especie de discreto homenaje a través de la escritura misma.


Marías juega a pensar y a narrar como personajes de novela a veintiséis escritores y escritoras 

que forman parte de sus propias debilidades literarias como William Faulkner, Joseph Conrad, 

Henry James, Robert Louis Stevenson, Vladimir Nabokov, entre otros.

¿Qué pasa con los escritores después de muertos? ¿podrían convertirse en personajes de ficción aunque figuren como protagonistas de sus propias biografías o autobiografías? ¿Podrían ser tratados como personajes de ficción una vez que han dejado de existir? ¿Nuestra propia extinción no nos conduce de forma automática a convertirnos en entes únicamente narrativos? ¿Qué inquietud reflexiva nos despierta el título de su libro: Vidas escritas? 

¿Es un oxímoron, o suena a una sutil contradicción? Se vive o se escribe sobre esa vida, o ¿puede existir una vida por escrito? La respuesta se encuentra y la disolución de la contradicción ocurre cuando la persona ya ha muerto, ya que –en el último de los casos– el espesor vital de una existencia se diluye con la muerte y la permanencia de la persona se logra con la escritura de su biografía. Si los individuos nos extinguimos biológicamente y los autores se disuelven en la escritura, y se convierten en mero lenguaje escrito o en personajes conformados por signos lingüísticos, y su vida narrativa en algo aún más espectral que cuando estaban vivos, ¿cómo podemos restituir esa doble muerte, la biológica y la discursiva? 

El gesto biográfico y autobiográfico de los autores parecería destinado a restituir esa doble muerte, la biológica y la discursiva, al perpetuar siquiera sobre el texto el breve rumor del nombre, o al hacer coincidir al sujeto que escribe con el sujeto-personaje  que describe su propia vida o que describen como personaje.

En Vidas escritas, los escritores se convierten en personajes, Marías los traslada al mundo de la palabra escrita como una biografía mínima, los traslada a ese espacio de juego literario donde interactúa lo real y la ficción, o lo que se consideraba como real ahora podría ser ficticio. La biografía misma como si fuese una ficción, lo vivido convertido en relato. En su siguiente proyecto novelístico, Negra espalda del tiempo (1998) el propio Marías explora y lleva al límite de lo posible, el tema de la forma en que la ficción afecta a la realidad de las personas, y la forma en cómo estas, e incluso el autor, se convierten en fantasmales personajes literarios. Descrita por el propio Marías como una ´falsa novela´, o bien una novela que no es ficción, y en estas fascinantes ambigüedades poéticas, el texto oscila en la zona fronteriza y desdibujada entre la ficción y la realidad, entre lo imaginario y lo autobiográfico, y en la narración esta diferencia acaba por difuminarse. 

La frase ´negra espalda del tiempo o revés del tiempo´ es la forma poética que alude a esa zona temporal indeterminada donde todo confluye, que podría ser el pluriverso de la escritura: lo acaecido y lo no ocurrido, lo que no ha existido y está por venir todavía, lo real y lo ficticio, lo ocurrido que a la distancia parece ficticio como las vidas narradas en Vidas escritas

Javier Marías murió el domingo 11 de septiembre de 2022, por una neumonía causada por un nuevo virus detectado por primera vez en China en el invierno de 2019, al cabo de dos meses, el mundo enfrentaría una de las pandemias más prolongadas y letales de la historia. 

La muerte de un escritor es un fin del mundo, de su mundo, diría Derrida, ya no habrá libros nuevos para esperar, un silencio estridente y futuro de nuevas obras, un acontecimiento que confirma una de las certezas más atroces y bellas del universo literario: muerto el autor en la opacidad de su física, ya no habrá más libros nuevos, y sólo nos queda el consuelo, en el frenesí de la relectura, de su centelleante metafísica.

Está por redactarse la vida escrita de Javier Marías. El escritor convertido en personaje, disuelto del mundo físico para fundirse en el mundo del lenguaje, en el fantasmal universo de la palabra escrita, de los infinitos relatos que comenzaran a poblar el mundo sobre la consternación que causa su extinción biológica, como un exiguo intento de construir su vida escrita. Al final sólo quedará nuestra vida por escrito, y a veces incluso, ni siquiera eso.


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jueves, 2 de mayo de 2019

La psicopatía del exterminio postindustrial. La trilogía caníbal de J. G. Ballard


El pensamiento apocalíptico occidental contemporáneo, esa insidiosa inquietud por la destrucción omniabarcante del mundo, cobró un inusitado auge en los albores de la segunda mitad del siglo XX como un predecible efecto residual de la suma de acontecimientos atroces que sembraron la II Guerra Mundial y la exorbitante ola mortífera de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el acre periodo de la posguerra y, sobre todo, el turbulento periodo de la crisis política mundial de finales de los sesenta: la exacerbación de la fantasmagórica amenaza del ataque nuclear de la Guerra Fría, el mediatizado magnicidio de J. F. Kennedy (captado en vivo en formato súper 8), el infierno psicótico de Vietnam y sus desaforados látigos de napalm.


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miércoles, 24 de abril de 2019

San Miguel de Allende. Encuentro y Encanto

Los invito a leer mi colaboración en este libro sobre San Miguel de Allende, con una serie de ensayos histórico-culturales sobre la fascinante ciudad del bajío mexicano.
Incluye el trabajo fotográfico de dos extraordinarios artistas de la lente, Ignacio Urquiza y Jorge Silva, y el prólogo bajo la pluma del escritor mexicano Nicolás Alvarado.
Este libro es la ópera prima de la editorial mexicana Atomocromo.
De venta en librerías Gandhi.
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viernes, 24 de agosto de 2012

TOMAR (OCCUPY) LAS CALLES O LA INSURRECCIÓN PACÍFICA DE LOS CUERPOS

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.

A. Pizarnik

A nivel mundial, las calles se han convertido en el escaparate idóneo para exponer, a través del grito masivo e insatisfecho, que no vivimos en un mundo perfecto. El subgénero literario de las pancartas se desborda de ingenio indignado. La máscara del indomable V, el héroe libertario del comic escrito por Allan Moore y dibujado por David Lloyd, V for Vendetta (V de Venganza), se reproduce a descomunal velocidad y se convierte en el emblema indeleble de la rebelión insatisfecha planetaria.

Portada del comic V for vendetta

La primera década del siglo XXI sin duda será recordada por el protagonismo que tuvieron los movimientos de protesta cuya frenética dispersión a nivel planetario sólo encuentra similitud con la dinámica de las epidemias.

La explosión de la revuelta social ha tenido características peculiares:

1) Movilizaciones pacíficas que han sido convocadas desde sectores de la sociedad civil (principalmente la clase media, informada y con educación media y superior) a través de las redes sociales que son explotadas a través de las nuevas herramientas de la información.
2) Sus demandas se detienen a cuestionar la funcionalidad del sistema político: su servilismo con las élites financieras que conforman el sistema económico (Estados Unidos, Europa), regímenes políticos dictatoriales y la inexistencia  de derechos civiles democráticos básicos como la libertad de expresión (Túnez, Egipto, Libia),  la desaparición de la educación pública y gratuita (Chile), su aparatosa corrupción y sus relaciones de complicidad con el monopolio de  medios masivos de comunicación (México).
3)  El trasfondo de las demandas oscila entre lo abiertamente antisistémico y lo sistémico perfectible.
4) La gente, en su mayoría nacida después de las revueltas sociales de los años sesenta, se moviliza ya no para aclamar al gurú militar o de los regímenes totalitarios del siglo XX, o para denunciar la explotación opresiva del capitalismo salvaje contra la clase obrera, sino para reclamar el fragmento de paraíso terrenal que prometen las democracias modernas.

Los ciudadanos ejercen el poder con sus propios medios.

El origen de las protestas deriva de un razonamiento crítico social fundamental: ¿hemos construido el mejor mundo posible? ¿Nuestro sistema social es el hábitat perfecto que ha cumplido con las promesas de la Modernidad: paz mundial, justicia social, progreso, desarrollo científico con humanismo?

El ciudadano contra la clase gobernante, radicalización de la comunicación entre gobernantes y gobernados, el espacio público se convulsiona pacíficamente, las movilizaciones sociales comienzan a definir el rostro de la normalidad del siglo XXI.

Bajo el signo del olvido de que son servidores públicos, la clase gobernante se instala en la arrogancia y el insolente desdén, o en el peor de los casos en la simulación que oculta su desprecio e incomodidad ante las demandas de la ciudadanía; esa actitud es replicada por algunos sectores conservadores de la población que desde el confort de su falso Olimpo no alcanzan a ver la necesidad de cambiar los vicios del sistema político que, de no atenderse de manera inmediata, amenazan la estabilidad del funcionamiento del sistema social, y que los actuales movimientos de protesta exhiben como los principales cortocircuitos sociales: dictaduras, falta de libertades básicas, desigualdad social, inequitativa distribución de la riqueza, corrupción política, ausencia de justicia social, sistema jurídico criminal.

Por ello, las movilizaciones sociales que salen a protestar a las calles se deslizan por la delgada línea entre la protesta pacífica y el disturbio violento; la confrontación de las fuerzas se mantiene en estado latente: las fuerzas del orden contra las fuerzas de la resistencia inconforme, entre la fuerza del Estado y las fuerzas racionales de la crítica y del disentimiento. El activismo político, y ahora, el ciberactivismo, son esencialmente peligrosas dada la incomodidad que producen.

Aunque hasta ahora, los actuales movimientos sociales y de protesta han sido fundamentalmente pacíficos, las sociedades occidentales se encuentran ante lo que podría denominarse: la insurrección pacífica de los cuerpos, de esos cuerpos que se organizan y marchan colmados de indignación y que muestran su fuerza física y simbólica al exorcizar su malestar vital y buscar soluciones a sus apremiantes demandas. Decir pacífica no implica afirmar que sean expresiones sumisas o dóciles, todo lo contario, si pensamos el sistema social como un constante campo de choque de fuerzas, de tensiones, de disputas, en el que los cuerpos son los instrumentos o los vehículos para confrontar a las fuerzas.

Las actuales de movilizaciones sociales masivas, representan una aparente ruptura (no absoluta, pero incómoda), un  fenómeno de resistencia contra dispositivos de dominación que Occidente ha insertado en el sistema social desde hace varios siglos.

Desde los siglos VXII y XVIII, con la formación de los Estados–Nación y con el comienzo de la expansión del capitalismo, las sociedades occidentales no han dejado de utilizar al cuerpo de los individuos “como objeto y blanco de poder, a través de métodos que aseguren la sujeción constante de sus fuerzas y le imponen una relación de docilidad-utilidad, es lo que se puede llamar las disciplinas.” [1] Hoy en día, aún están vigentes los lineamientos que ha establecido la sociedad disciplinaria, aquella que fabrica cuerpos sometidos y ejercitados, es decir, dóciles y capaces para ser regulados por las fuerzas económicas de la producción y por el poder político de la obediencia social.

En la protesta multitudinaria, en esa experiencia de fuerza masiva, el cuerpo rompe sus esquemas disciplinarios y se transmuta en un instrumento político de poder, de lucha, de oposición, de resistencia, y al mismo tiempo, en un arma de transformación masiva, en un disparador orgánico y consciente del cambio social.

Las manifestaciones civiles son un espacio virtual y móvil donde el cuerpo se convierte en idea, o bien, la idea se trasmuta en cuerpo masivo, cuerpo-masa que es idea, grito.

Dado que las marchas son actos simbólicos de insubordinación, sus riesgos consustanciales son innumerables: la represión violenta por parte de gobernantes autoritarios, y los ejemplos abundan así como la condena social generalizada, es por ello que algunos gobiernos han recurrido a otras tácticas de guerra de baja intensidad para desarticular a los grupos inconformes, a través de la persecución y el hostigamiento de los líderes visibles de los movimientos, la orquestación de campañas de desprestigio a través de los medios de comunicación; o, en el mejor de los casos, los integran a los aparatos institucionales por medio de prebendas y favores.
La fuerza del Estado materializada en brutalidad policiaca.
La práctica más extrema es la criminalización de la protesta para deslegitimar a los movimientos sociales y a los activistas utilizando métodos propios de las dictaduras, y así inhibir el ejercicio del derecho esencialmente democrático de la manifestación cívica. 

Recientemente, se ha documentado[2] el caso de un grupo de estudiantes de Quebec que organizaron una huelga general en defensa de la educación pública y gratuita, contra la corrupción política y su servidumbre a la élite financiera. La respuesta del gobierno de Quebec fue el decreto de una ley casi dictatorial que señala lineamientos precisos para las manifestaciones públicas que incluye la solicitud de permiso a la policía, y el máximo de personas que podrían participan, entre otras medidas de absurdo autoritarismo. El movimiento de estudiantes ya está infiltrado por individuos que incitan a la violencia para que las autoridades tengan elementos para proceder legalmente contra ellos de delitos tan graves como el de terrorismo. También ha quedado documenta la manera en que el FBI intentó desacreditar el movimiento Occupy en Cleveland, Ohio. Infiltró a dos jóvenes agentes para convencer a algunos manifestantes utilizar métodos más persuasivos para su movimiento; les proporcionaron información sobre la fabricación casera de bombas y otro agente encubierto les vendió explosivos para hacer volar un puente. Los estudiantes fueron procesados por terrorismo.

En México, un sector de la población (jóvenes universitarios de clase media y media-alta) ha roto una fuerte y arraigada tradición sumiso-autoritaria que circula por la sangre de la moral social (a la autoridad no se le cuestiona, se le respeta) y ha comenzado a movilizarse para manifestar inconformidades. Dicho sistema moral produce mecanismos de normalización de los individuos que presentan la distinción entre ciudadanos conformes/inconformes, críticos/acríticos, y obviamente construyen la virtud del lado de los ciudadanos conformes y acríticos, y condenando moralmente a los inconformes y críticos utilizando calificativos denigrantes como revoltosos, intolerantes, violentos, grupos que encabezan la dictadura del odio, etc; el sistema educativo nacional es una prueba rampante de estos anquilosados esquemas de sometimiento de la libertad y voluntad individuales, que fabrica de cuerpos y mentes dóciles que no hacen análisis críticos de la realidad, que no cuestionan, que no denuncien lo que está mal.

Un amplio sector de la sociedad mexicana (como nunca antes) exhibe su indignación contra el poder político corrupto en las elecciones presidenciales de 2012.

La visión obtusa del conservadurismo mexicano domina muchos espacios públicos y sataniza todo movimiento social que presente un espíritu crítico ciudadano contra la clase gobernante, a la que se le concibe como una subespecie de la monarquía nacional, y se pierde de vista el marco constitucional republicano que establece garantías individuales elementales de libertad de expresión, de asociación, de libre tránsito.

Una pieza clave que explica el renacimiento del afán de resistencia y de la voluntad de indignación que ha inspirado a las principales movilizaciones sociales mundiales es el libro Indignez vous! del francés Stéphane Hessel, sobreviviente de los campos de concentración nazis, donde invita a los jóvenes a renunciar a la indiferencia y cultivar la facultad de indignación y la del compromiso; les recuerda que sólo gracias a la fuerza de la indignación y de la movilización de los ciudadanos se escuchará el mensaje de que el mundo le pertenece a éstos y no a los Estados. El texto encierra un mensaje de esperanza y fomenta un ánimo de lucha, e insta a los jóvenes a indignarse y a luchar contra la desigualdad, todo basado en los principios y valores que defendía el Consejo Nacional de la Resistencia Francés contra la ocupación nazi en 1943.[3]

Sin duda, los movimiento de protesta tienden a desgastarse si sus demandas no se traducen en programas efectivos de trabajo dentro de los poderes del Estado. Sin embargo, uno no puede evitar asombrarse ante la pasión que despiertan las movilizaciones de protesta masivas que invaden y transitan las calles; la intensidad del espíritu que aspira cambiar el estado de las cosas con acciones que racionalmente no garantizan efectividad alguna; es el placer de la inconformidad enardecido por la utopía de acercar al mundo a cierto estrato remotamente perfecto.




[1] Vigilar y castigar, M. Foucault, Ed. Siglo XXI, México, 1993. p.141.
[2] “¿Estudiantes o terroristas?”, Lydia Cacho, El Universal.com.mx, 28 de mayo de 2012.
[3] “El derecho a la indignación”, Anne Marie Mergier, Revista Proceso, 16 de octubre de 2011, México.

sábado, 30 de junio de 2012

La política o la teatralización de la realidad

Michel Foucault concebía la política como la continuación de la guerra por otros medios, y los procesos electorales de los regímenes democráticos corroboran puntualmente la exactitud de esta conceptualización. Desde esta perspectiva, las legislaciones electorales son tanto la materialización de las relaciones de fuerza entre los actores políticos, como una forma de regular las relaciones de poder y el choque belicoso entre partidos políticos, sin anular el cariz bélico-discursivo de las confrontaciones. En esta compleja vorágine de luchas por el poder político, de enfrentamientos, ataques y forcejeos retóricos, con su visceral lógica de guerra de baja intensidad, los partidos políticos buscan implementar su proyecto político-ideológico de gobierno y de acuerdo a las reglas del juego democrático, los actores políticos recurren a diversas estrategias y tácticas sobre el uso y control de datos, sobre el manejo de los aparatos que los procesan para convertirlos en información y, eventualmente, en comunicación social (como el caso de la propaganda política) para informar, persuadir, difundir, y en casos extremos, para seducir y manipular a los ciudadanos tanto en procesos electorales, como en la implementación de políticas públicas impopulares que pudieran generan descontento social o movimientos de protesta. sigue leyendo... http://raztudio.com/la-politica-y-la-teatralizacion-de-la-realidad-columna-marco-gutierrez-duran/

jueves, 31 de mayo de 2012

El cigarro o el silencio de la expectativa narcótica


El cigarro entre los dedos, no sin cierta rutinaria parsimonia impostada, emprende la cautelosa travesía hacia la boca. Los pulmones, en su recinto de humedad oscura, esperan la indócil invasión del humo, y la garganta, aguarda esa bocanada de premonición mortal que terminará golpeándola, tras depositar (con la mano que culmina su cautelosa travesía) el tubo de nicotina en los labios.

El demonio químico (liberado por el fuego), aún ausente enloquecerá al deseo, su inmaterialidad, tenaz y acechante, inundará la tortuosa espera de colmar el ansia, y las alas del humo (una vez liberado el demonio químico por el fuego) en su locura molecular sin freno, escaparán de la boca para entregarse a la corriente del aire del espacio y del tiempo moribundo.

Opresivamente, el paraíso denso de tabaco humeante, en su errático despliegue de silencio, despertará al súbito placer que camina a la velocidad aérea del humo en perpetuo exilio.

La constatación de la eterna impermanencia del cigarro, circular y siempre parcial, eclosionará contra el cenicero o la calle, el cigarro comprimido contra sí mismo, como el tiempo que, a penas y en callada fragilidad, le pertenece.



viernes, 17 de febrero de 2012

Libra o la desequilibrada teología de los secretos

Portada de la primera edición de 1988
1963. El rumor estrepitoso de la muerte y el estruendo translúcido de la guerra fría saturan las partículas del aire. La amenaza comunista y capitalista, cuyo choque podría terminar convirtiéndose en una guerra material, libera el espectro de un ataque atómico. Cuba y la revolución de Castro, el infierno inagotable de Vietnam... No obstante la vida cotidiana parece transcurrir sin sobresaltos en el territorio imperial norteamericano.

Don Delillo, quien a fines de la última década del siglo XX se convertirá en una de las voces novelísticas más destacadas del planeta, ha publicado apenas un par de cuentos en revistas como Epoch o Esquire, mientras trabaja en agencias de publicidad.

22 de noviembre. Una bala perfora y hace estallar el cráneo del presidente John F. Kennedy a las 12:33 de un día soleado en la ciudad de Dallas. El siglo no sabía lo que era un magnicidio capturado en la cámara súper 8 de un ciudadno. La muerte ha quedado atrapada en vivo...

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http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/95_96_dic_ene_2007/casa_del_tiempo_num95_96_86_89.pdf



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viernes, 20 de enero de 2012

Todas las almas o la dimensión de la mitad descartada de uno mismo.

¿Dice algo de nosotros mismos todo aquello que desechamos? ¿Qué expresa todo aquello de lo que nos desprendemos? ¿Todo lo que tiramos a la basura tiene algún significado más allá del acto empírico evidente? ¿Qué tipo de universo constituye esa profusión de partículas rotas que forman la mitad descartada de uno mismo?
En la novela Todas las almas de Javier Marías, el personaje principal es un profesor universitario español que se encuentra de paso en la Universidad de Oxford impartiendo unos cursos sobre literatura hispana, es decir, en una especie de paréntesis existencial en la que se traduce toda estancia transitoria en algún territorio ajeno al de nuestro país de origen, y la trama general consiste en la narración de una serie de eventos anecdóticos sobre su permanencia de dos años en una ciudad pequeña, monótona, de tono grisáceo;  una crónica pormenorizada del ritmo pausado y cotidiano que forman sus días; una solitaria cotidianidad del narrador que oscila entre los desencuentros y encuentros de una relación adultera, la impartición de sus clases, las largas y nutridas conversaciones con su compañeros profesores, y sus intensos recorridos y exploraciones por librarías de viejo.
El narrador emprende un ejercicio de la memoria por recobrar a aquel sujeto que dejo de ser en aquel pasado que ya muy poco le pertenece al sujeto que recuerda, y que -desde la distancia temporal que permite captar el recuerdo- ese pasado parece en realidad no haberlo vivido, a la distancia quedan pocas o nulas evidencias de haber sido aquel que fuimos.  El yo que dejamos de ser intenta ser recuperado por la memoria, como ver a lo lejos una playa infestada de borrosos vestigios desgastados de un naufragio, cuyo fantasmal aspecto siembra la duda de su existencia.
En algún momento de ese memorioso flujo narrativo, el personaje se concentra en describir la presencia persistente del bote de basura de su pequeño departamento, porque en ese estado –según nos cuenta- de soledad en el extranjero es con lo único con lo que puede mantener “una relación constante, o, aún más, una relación de continuidad.” Cada bolsa de plástico nueva representa “la absoluta limpieza y la infinita posibilidad” y cuando comienza a usarla “es ya la inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder.”
El bote de basura es tanto el testigo único de la jornada de un hombre solo, como el receptáculo donde lo prescindible deja constancia de su paso, “los restos de ese hombre a lo largo del día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo que ha comido, de lo que ha bebido, de lo que ha utilizado, de lo que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado.”
Una vez saturado el bote de basura, su contenido es una amalgama confusa, “una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese hombre no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada mezcla es el orden y la explicación del hombre.”
El bote de basura como prueba de la existencia del día que desfalleció, de la acumulación del día: “Es el único registro, la única constancia  o fe del transcurrir de ese hombre, la única obra que ese hombre ha llevado a cabo verdaderamente. Son el hilo de la vida, también su reloj…”
Contemplar aquello que hemos desechado nos da “un sentido de la continuidad: su día está jalonado por sus visitas al cubo de la basura…y ahí ve el envase del yogurt de fruta que desayuno…” La infinita colección de las cosas que vamos desechando, y todo ese cúmulo de cosas descartadas, fusionadas se convierten “en el trazo perceptible –material y sólido- del dibujo de los días de la vida de un hombre.”
Arrojados al devenir, al transcurso irreversible de los minutos, de pocas cosas queda constancia sólida, del transcurso abstracto de los minutos del absurdo tiempo que se nos escapa y nosotros en su discurrir.
“Comprimir y clausurar la jornada” significa cerrar y anudar la bolsa de la basura y tirarla, clausurar el día consiste en “arrojar desechos y monturas, el acto de prescindir, el acto de seleccionar, el acto de discernir lo inútil. El resultado del discernimiento es esa obra que impone su propio término: cuando el cubo rebosa y está concluida, y entonces, pero sólo entonces, su contenido son desperdicios.”
La explicación de nosotros mismos vía lo que descartamos, lo que usamos y desechamos. La reflexión sobre uno mismo a partir de lo que ya no somos, la explicación del ser a partir del no ser, de lo que cesó de ser, y que no sin sorpresa, contemplamos como si nunca hubiera ocurrido.


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sábado, 3 de diciembre de 2011

CRASH O LA HIPERVIOLENTA ORGIA DE LAS COLISIONES DE LA CARNE CON OBJETOS TECNOLÓGICOS.










“Exploré las cicatrices de los muslos y los brazos, las deformaciones debajo
 del pecho izquierdo, y ella a la vez exploraba las mías, descifrando juntos
 estos códigos de una sexualidad que dos choques de autos
 habían hecho posible.”

J.G. Ballard.

Envuelta por el aura estridente del escándalo mediático, blanco de las más duras y recalcitrantes críticas y condenas por parte de organizaciones encargadas de vigilar el imperio de las buenas costumbres humanas, en 1996 irrumpe al mundo la película Crash, basada en la novela del mismo nombre, escrita por el novelista de ciencia ficción británico J.G. Ballard y magistralmente dirigida por el canadiense David Cronenberg. Aunque estuvo nominada a la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes, sólo obtuvo el Premio Especial del Jurado. Esta película es una de las adaptaciones de la literatura al cine mejor logradas de la historia reciente, pues logra trasladar con genial crudeza y grosera elegancia la virulenta poesía de sus imágenes literarias al lenguaje cinematográfico.
La raíz del escándalo se localiza en que la novela explora las relaciones entre algunas prácticas sexuales consideradas como perversas, la tecnología y sus objetos, y al desafiar al sistema moral imperante a través del cual filtramos y construimos la realidad de las relaciones de uno mismo con nuestro cuerpo, con el sexo que éste encierra y con los demás, al presentar a un grupo de personajes que practican un obsesivo culto que vincula al sexo con los choques automovilísticos; la novela así, interpelaba al lector, lo enfrentaba con lo radicalmente otro respecto de sus impulsos eróticos, y lo incitaba a poner a prueba sus propios códigos de lo posible, de lo que puede y debe ser pensado como correcto/incorrecto, bello/feo, verdadero/falso, vida/muerte, llevando hasta sus márgenes al propio sistema de pensamiento occidental contemporáneo.
Publicada en 1973, la novela Crash, se inscribe en la larga y nutrida tradición de la literatura libertina occidental que llevara a sus extremos más crudos y seductores el Marques de Sade en el siglo XVIII, heredera a su vez de la explosión discursiva que se dio a propósito del sexo en los inicios de la Modernidad, el gran proceso de la puesta en discurso del sexo, que tiene una profunda tradición monástica y ascética, y su punto de emergencia en la pastoral cristiana, pero que el siglo XVII instauró como imposición socialmente generalizada: más que censura, incitación a  hablar y producir discursos sobre el sexo; hasta llegar a la instalación del dispositivo de la sexualidad que hasta ahora nos rige.[1]
En el contexto del proyecto novelístico de J.G. Ballard, Crash se inscribe en la saga de novelas que inicia con La exhibición de atrocidades (1970),  una especie de experimento literario refractario a las etiquetas simplistas que encierra todo el universo de sus preferencias estéticas; texto organizado de manera fragmentaria; multigenérico, collage poético sobre la cultura de masas, la hiperviolencia y el espectro de perversiones humanas engendradas por efecto de la tecnología, en cuyo clímax devastador yace rutilante la muerte.
Con el afán de darle un nuevo giro a la ciencia ficción y hacerlo evolucionar bajo una nueva propuesta estética, Ballard planteó explorar ya no la épica del espacio exterior que los escritores de ciencia ficción tradicional convirtieron en elemento básico del género,  sino la esfera psicológica del espacio interior. [2] Este viraje del rumbo en la trayectoria de su proyecto literario, también implicaría explorar ya no el futuro lejano utilizado como marco escenográfico del espacio exterior (invadido de la ya clásica fauna de objetos canónicos de la ciencia ficción) sino el presente inmediato a través de la inmersión en el espacio interior. El espacio psicológico era la ruta que debía tomar la ciencia ficción para buscar la patología subyacente de la sociedad de consumo, el mundo de la televisión y el proyecto armamentista nuclear, etc.
En esta etapa Ballard abandona el género de ciencia ficción tradicional y de ahí en adelante adoptará una especie de hiperrealismo fantástico o de ficción, caracterizado por lanzar la mirada al presente inmediato y al espacio interior, donde transita a la esfera de la ficción de las posibilidades (extremas) humanas, es decir, encarna la imaginación de lo que humanamente es posible, y que en los márgenes del extremo somos capaces de hacer; en este punto se consolida la deuda de Ballard con la herencia de Kafka: “El mundo kafkiano no se parece a ninguna realidad conocida, es una posibilidad extrema y no realizada del mundo humano. Es cierto que esa posibilidad se vislumbra detrás de nuestro mundo real y parece prefigurar nuestro porvenir. Por eso se habla de la dimensión profética de Kafka. Por que aunque sus novelas no tuvieran nada de profético no perdería su valor, por que captan una posibilidad de la existencia (posibilidad del hombre y de su mundo) y nos hace ver lo que somos y de los que somos capaces.”[3]
Crash es la cristalización consumada de estas inquietudes estéticas donde el fetichismo contemporáneo por los objetos de consumo, la tecnología (encarnada en los automóviles) y el sexo es llevado a sus extremos más abyectos, dice Ballard: 
"Creo que la imagen clave del siglo XX es el hombre en el automóvil. Es la suma de todo: los elementos de velocidad, drama, agresión, la fusión de publicidad y bienes de consumo con el paisaje tecnológico. La sensación de violencia y deseo, poder y energía; la experiencia colectiva de desplazarse juntos a través de un paisaje elaboradamente cifrado (...), la extraña historia de amor con la máquina, con su propia muerte."
Esta novela canónica de la nueva ola de la ciencia ficción, representa una crítica contundente al supuesto racionalismo contra la violencia, la crueldad, los impulsos depredadores del ser humano; una confrontación contra la falsa aversión que los individuos manifiestan contra la violencia en la esfera de lo público mientras que en la esfera de lo privado muestran destellos de morbosidad y tolerancia no sólo con formas de entretenimiento sino para ejercer crueldad, violencia e incluso acciones de exterminio en contra de los demás.
La novela narra la relación del protagonista James Ballard[4]  con Vaughan, antihéroe posmoderno, neolibertino tecnologizado regido por el culto a la sexualidad relacionada con los accidentes automovilísticos: carne erguida y abierta, metal retorcido y compactado. Fluidos combustibles y líquidos orgásmicos. Placer sin palabras, alcanzar el orgasmo en el momento en que se experimenta el dolor escandaloso del impacto de un automóvil contra otro. Placer y dolor, vida y muerte. Existencia y autoexterminio. (“En Vaughan la sexualidad y los choques de autos habían consumado un matrimonio último.”)
Para Ballard el papel del escritor es el del hombre de ciencia en un safari o dentro de un laboratorio que se enfrenta a una realidad absolutamente impenetrable y la única alternativa posible es plantear hipótesis y confrontarlas con los hechos: “¿Es lícito ver en los accidentes de automóvil un siniestro presagio de una boda de pesadilla entre la tecnología y el sexo? ¿la tecnología moderna llegará a proporcionarnos unos instrumentos hasta ahora inconcebibles para que exploremos nuestra propia psicopatología?”[5] Antes de escribir la novela, en el Laboratorio de Nuevas Ates de Londres, Ballard puso a prueba su hipótesis sobre los vínculos inconscientes entre sexo y los accidentes de coches con una exhibición de vehículos estrellados. Los resultados del montaje tuvieron un siniestro brillo apabullante: La noche de la inauguración les derramaron vino, les rompieron las ventanillas y una mujer que entrevistaba a los asistentes en topless afirmó que estuvo a punto de ser violada en el asiento trasero de uno de los automóviles. Expuestos como esculturas de derecho propio, los coches chocados estuvieron expuestos durante un mes, y en ese lapso fueron continuamente agredidos, terminaron volteados y fueron objeto de rapiña.
Para Ballard, su novela era una metáfora extrema para una situación extrema, una novela apocalíptica de hoy que continuaba la serie de novelas de catástrofes naturales en las que se planteaba un cataclismo mundial; Crash no trata de una catástrofe imaginaria más o menos próxima a irrumpir, sino de un “cataclismo pandémico institucionalizado en todas las sociedades industriales, y que provoca cada año miles de muertos y millones de heridos.”[6]



El narrador da cuenta de la interacción con los otros personajes que integran una cofradía cuya obsesión por el sexo, las heridas, las cicatrices y los fluidos corporales es motivo para consolidar esa sacroliturgia de erotismo y tecnología automotriz en estado de colisión que aspira culminar en el cenit absoluto del autoexterminio.
Ballard pone en evidencia la microcatástrofe del accidente automovílistico que a todos nos corresponde, y cómo detrás de ese rito del caos pueden florecer los más intensos impulsos que se esconden en los intersticios de la conciencia racional (“…llegaba a imaginar un mundo víctima de una catástrofe automovilística simultánea, donde millones de autos se estrellaban fundiéndose en una cópula definitiva, coronada por una eyaculación de esperma y líquido refrigerante.”)

"Las superficies de cromo y celulosa relucían como la armadura de gala de una hueste de arcángeles."
Los personajes de Crash, que orbitan en torno a la figura de Vanghan, son inmunes al apego a la vida, cultivan una  especie de hedonismo sadiano en el que sólo parece importarles la búsqueda del máximo y último placer para impactarse con la muerte en el accidente automovilístico; han logrado materializar la transvaloración de los valores en ese paisaje de autopistas infestadas de tráfico y que proyectan los vestigios de una sexualidad futura o posible, potencializada por la tecnología. Sus aspiraciones son alcanzar su propia extinción al fusionarse con el metal del automóvil cuando el accidente los enfrenta, un choque de trayectorias, piensan en su inminente autodestrucción y en las infinitas variables de los accidentes a través de los cuales la alcanzan.
"Abrí la abrazadera de la pierna izquierda y pasé los dedos por el surco grabado en la piel. Blanda, tibia y estirada, la piel era allí más excitante que la membrana de una vagina."
La prosa del narrador expresa el delirio lírico de un poeta, y la minucia obcecada de la locura de un médico experto en anatomía, y construye un festín de mórbida hiperrealidad erótico–fisiológica. El esmero que muestra la voz en primera persona para crear sus mórbidas imágenes poéticas es el de un taxidermista en su paciente y climático estado de trance.  (“…estas heridas eran como las claves de una nueva sexualidad, nacida de una tecnología perversa. Las imágenes de estas heridas le colgaban en la galería de la mente como reses expuestas en un matadero.”)
A decir del propio J.G. Ballard, esta es “la primera novela pornográfica basada en la tecnología. En cierto sentido, la pornografía es la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra como nos manipulamos y nos explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada.”[7]
Casi 40 años después, Crash mantiene una insospechada vigencia, y está en vías de consolidarse como una obra clásica de manera decisiva, no sólo por el insólito y genial planeamiento creativo de la idea novelística, sino por que el mundo que ahí planteaba como una disparatada prospectiva de nosotros mismos, hoy parece chocar menos con nuestros códigos estéticos y morales, el espanto y aversión nauseabunda parecen haber mermado, o nos parecen menos ajenas dichas disposiciones lúbricas de la carne y el obcecado culto a los objetos tecnológicos.
El sórdido presagio fascinante donde el goce sexual explota del choque entre las terminaciones nerviosas del cuerpo y los infinitos circuitos eléctricos de los sistemas tecnológicos, o de la fusión entre el cuerpo humano con sofisticadas formas de diseño industrial de máquinas ultrasofisticadas, el paisaje de los vestigios de una sexualidad futura que se postulaba entonces, parecen hoy brillar sin par, con un halo de sombrío resplandor, en mundo donde la normalidad del exterminio de rasgos atroces es el pan nuestro de cada día. Amén.


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[1] Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, M. Foucault, Ed. Siglo XXI, 1991, México. p.25.
[2] “…ese dominio psicológico (y que aparece, por ejemplo en los cuadros surrealistas) donde el mundo exterior de la realidad y el mundo interior de la mente se encuentran y se funden.” Prologo a Crash, J.G. Ballard, Ed. Minotauro, 1979, Barcelona, p. 10.
[3] El arte de la novela, M. Kundera, Ed. Vuelta, México, 1988, p. 46.
[4] Un giño irónico del autor que narra en primera persona usando su nombre como si se tratara de un texto autobiográfico.
[5] Op. cit J.G. Ballard, p. 13.
[6] ibid. P. 14.
[7] Ibid.