jueves, 31 de mayo de 2012

El cigarro o el silencio de la expectativa narcótica


El cigarro entre los dedos, no sin cierta rutinaria parsimonia impostada, emprende la cautelosa travesía hacia la boca. Los pulmones, en su recinto de humedad oscura, esperan la indócil invasión del humo, y la garganta, aguarda esa bocanada de premonición mortal que terminará golpeándola, tras depositar (con la mano que culmina su cautelosa travesía) el tubo de nicotina en los labios.

El demonio químico (liberado por el fuego), aún ausente enloquecerá al deseo, su inmaterialidad, tenaz y acechante, inundará la tortuosa espera de colmar el ansia, y las alas del humo (una vez liberado el demonio químico por el fuego) en su locura molecular sin freno, escaparán de la boca para entregarse a la corriente del aire del espacio y del tiempo moribundo.

Opresivamente, el paraíso denso de tabaco humeante, en su errático despliegue de silencio, despertará al súbito placer que camina a la velocidad aérea del humo en perpetuo exilio.

La constatación de la eterna impermanencia del cigarro, circular y siempre parcial, eclosionará contra el cenicero o la calle, el cigarro comprimido contra sí mismo, como el tiempo que, a penas y en callada fragilidad, le pertenece.